lunes, 20 de diciembre de 2010

¿Qué le pedirías a Papá Noel?



















Era casi de noche. El cielo, pintado de naranja, empezaba a dibujar estrellas lejanas en el horizonte. Era noviembre y, extrañamente, no hacía calor. De hecho, recuerdo la brisa filtrarse por la ventana de la cocina obligándome a poner nuevamente el acolchado marrón en la cama. El atardecer me encontraba solo, sin amigos ni compañías pasajeras.

Como si el mundo se hubiera detenido por unos instantes, el silencio se adueñó de la escena. La avenida doble mano sobre la cual se levanta mi departamento quedó totalmente callada. Ya no se escuchaban las bocinas frenéticas de los colectivos. Sin embargo, súbitamente, alguien llegó. Para mi sorpresa, era el gordito que entrega regalos y se viste de rojo para Navidad: era Papá Noel.

En seguida comenzó la charla. Me preguntó cómo me sentía. Le dije que bien, que no podía quejarme. Me miraba atentamente, como si buscara sacarme alguna confesión. Creo que no creyó lo que le contesté.

“¿Y el amor? ¿Dónde quedó el amor?” preguntó rascándose la barba.

“Ah, el amor. Sí. El amor me visita en sueños”, le respondí.

Frunció el ceño como no entendiéndome. Su expresión me obligó a ahondar mis reflexiones…

“Hoy, el amor para mí es sólo un recuerdo que, de vez en cuando, me visita en sueños”, añadí. “El más lindo de los recuerdos, por cierto. A veces siento que es más real que la propia realidad”, proseguí.

“Pero como todo sueño se desvanece por la mañana cuando te levantás” agregó Noel.

Asentí con la cabeza. Algo importante se aproximaba…

“Y… si tuvieras que elegir… ¿qué me pedirías? ¿qué le pedirías a Papá Noel?”

“Un instante con ella, creo que eso bastaría para convencerla”.

“¿Convencerla de qué?”, preguntó dubitativo…

“De que los malos momentos son transitorios y, a veces, inevitables. De que el amor, si es auténtico, nunca muere. Quiero recuperar la sensación de eternidad que sólo el amor verdadero provee... Quiero que deje de ser un recuerdo”…

El viejo quedó callado. Y yo agregué:

“Recuerdo que una vez le dije una frase que me marcó por siempre: sin los momentos amargos, los dulces no serían tan dulces”

Seguimos charlando toda la noche. Afuera, el viento jugaba con los árboles llevando sus ramas de un lado al otro. Adentro, sentía que la visita del gordito barbudo cambiaría mi destino.

1 comentario:

M.Noel dijo...

...y hay que vivir un gran desamor para reconocer un gran amor......

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