domingo, 24 de octubre de 2010

El Abominable Hombre de la Lengua

El día iba perdiendo su color, apagándose lentamente. Una incipiente brisa movía las ramas de los sauces que rodeaban la casona. El cielo iba tornándose cada vez más oscuro: sólo brillaban intermitentemente a la distancia unos rayos que presagiaban la tormenta. De repente, sentí unos pasos que rompieron el silencio. Miré con cuidado por la persiana, pero sin fortuna. Una neblina espesa complicaba la búsqueda, apenas pude distinguir el portón de la entrada. Todo era difuso. Mi respiración era irregular. Empecé a notar que el temor se apoderaba de mí: sentí, inequívocamente, la cercanía de lo inevitable. Giré abruptamente la cabeza y lo vi en el pasillo, yendo con rapidez hacia el comedor. Una lengua de serpiente brotaba de su boca. Su cabeza era calva; su piel, naranja; sus ojos, desorbitados. Quedamos enfrentados. No podía dejar de mirar su abominable figura.

Según las crónicas, el esperpento murió producto de siete puñaladas. Yo, a veinte años de ocurrido, todavía no recuerdo ese momento.

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