miércoles, 8 de septiembre de 2010

La Cena al Desnudo

Era verano y hacía calor. Me emprolijé el bigote a las apuradas con la navaja para no fallar a la cita que tan apasionadamente habíamos convenido. Tomé el sombrero infalible en cada encuentro con el sexo opuesto: era una suerte de talismán que sellaba mis designios. Corriendo monté mi yegua directo a la pulpería donde ella me esperaba. Ramona era su nombre y mucha era su gracia. A poco de llegar, galope mediante, un murmullo rompió el silencio de una noche casi taciturna. Y cuando entré al recinto mis sospechas se disiparon: Ramona, sentada en la mesa de siempre, pero esta vez sin corpiño. De pronto mi mano derecha descorchaba un tinto y llenaba su copa. Un brindis violáceo completaba la escena. Los ojos de todos se posaron con envidia sobre nosotros.

1 comentario:

Belkis dijo...

...y mientras eso sucedía a los espectadores allí presentes, los ojos de Ramona frente a el caballero de bigote resplandecían al sentir la complicidad que había entre ambos, fue entonces cuando haciendo uso de su gracia, Ramona continuaba brindando por el inicio de lo que sería una posible noche perfecta...
Romántica la escena!!

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