lunes, 26 de abril de 2010

Kalami

Una parte de India todavía corre por mi sangre. El frenesí de esa época aún me inspira recuerdos profundos, inolvidables. La memoria se resquebraja pero no se desvanece. Hoy, pese a ser viejo, puedo continuar el relato...

Para mí, India es mucho más que millones de almas al borde del abismo. Mucho más que un conglomerado de pobreza e indigencia... es un territorio de espiritualidad incomparable, casi mágico...

Por aquellos años era un hombre racional. Enemigo de cualquier Dios y religión, profesaba rabioso mi agnosticismo. Leía a Nietzsche con la desesperación con la que los corredores de Bolsa estudian las secciones de economía y finanzas de esos pasquines llamados periódicos. Era un ser sin pasión y sentimientos. Mis creencias eran un montón de ideas sacadas a otros, robadas y hechas propias. Era un farsante. Con palabras elegantes disfraza la tristeza de mi corazón...

Hasta que un día conocí a Kalami. Su pelo negro brillaba en medio de la multitud. Iba de la mano de su pequeño hermano Adhiraj. El tiempo se detuvo; mis sentidos se paralizaron. Por primera vez comprendí lo que sienten los enamorados, esa suerte de naúsea que recorre el cuerpo y tiñe de idilio todo lo que toca...

Fueron veintidos años al lado de Kalami. Con el tiempo supe que su nombre significaba "espíritu guía".

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