Una parte de India todavía corre por mi sangre. El frenesí de esa época aún me inspira recuerdos profundos, inolvidables. La memoria se resquebraja pero no se desvanece. Hoy, pese a ser viejo, puedo continuar el relato...
Para mí, India es mucho más que millones de almas al borde del abismo. Mucho más que un conglomerado de pobreza e indigencia... es un territorio de espiritualidad incomparable, casi mágico...
Por aquellos años era un hombre racional. Enemigo de cualquier Dios y religión, profesaba rabioso mi agnosticismo. Leía a Nietzsche con la desesperación con la que los corredores de Bolsa estudian las secciones de economía y finanzas de esos pasquines llamados periódicos. Era un ser sin pasión y sentimientos. Mis creencias eran un montón de ideas sacadas a otros, robadas y hechas propias. Era un farsante. Con palabras elegantes disfraza la tristeza de mi corazón...
Hasta que un día conocí a Kalami. Su pelo negro brillaba en medio de la multitud. Iba de la mano de su pequeño hermano Adhiraj. El tiempo se detuvo; mis sentidos se paralizaron. Por primera vez comprendí lo que sienten los enamorados, esa suerte de naúsea que recorre el cuerpo y tiñe de idilio todo lo que toca...
Fueron veintidos años al lado de Kalami. Con el tiempo supe que su nombre significaba "espíritu guía".
No hay comentarios:
Publicar un comentario